Salud mental en el Perú: Privilegio de pocos en un país de muchos
Luz sufrió una agresión sexual, cuando tenía nueve años, que marcó su vida para siempre. Tras sufrir ataques de ansiedad, que estuvieron a un paso de acabar con su vida, nos cuenta cómo un tratamiento de salud mental logró mantenerla a salvo.
Actualizado el: 18 julio 24 | 01:33 pm
La miro sentada en su sala silenciosa y sus ojos me dicen más que sus propias palabras. Ella recuerda que la noche era muy fría y sus pensamientos la habían acorralado en un callejón sin salida. Me cuenta que no podía escapar de ella misma y de un pasado sinuoso que la tenía marcada, así que decidió tomar cuarenta pastillas para dormir que, combinadas con una botella de pisco, le permitirían al fin terminar con su vida.
El abuso sexual del que fue víctima cuando aún era una niña de tan solo nueve años habían dinamitado su mente y su corazón. Ella la tenía clara: No valía la pena permanecer en este mundo ajeno a la sensibilidad y empatía humana. Sin embargo, no lo logró.
Luz, a quien de ahora en adelante la llamaremos de esa forma para proteger su identidad, fue diagnosticada de un TLP (Trastorno límite de personalidad) este año. Una enfermedad que por su condición biológica produce estados de ánimo, comportamiento y relaciones inestables. Este cuadro que, sumado al terrible trauma que sufrió en su niñez, le produjo una depresión profunda, agresividad, impulsividad y miedo al abandono. Luz, sabía que necesitaba ayuda psicológica para alivianar el peso emocional que cargaba dentro de ella; sin embargo, por factores económicos -asegura- nunca pudo llevar a plenitud un tratamiento.
Cuando le pregunté a Luz cuál es la primera palabra que se le viene a la cabeza cuando piensa sobre los servicios de salud mental en el Perú, ella fugazmente responde: “Un privilegio”. Y es que, de acuerdo al Plan de Salud Mental (2020-2021) del Ministerio de Salud, en un contexto de COVID-19, un estudio del Instituto Nacional de Salud Mental “Honorio Delgado”, entre el 2003 y 2012, revela que existe una amplia brecha del acceso al servicio de salud mental entre 69% en Lima Metropolitana y el Callao, y 93,2% en Lima rural. Cifras preocupantes que muestran que las pocas personas que sí logran acceder a un servicio no tienen asegurado el tratamiento y continuidad a lo largo de su vida. Y Luz, con su testimonio, así nos lo confirma.
Tras pasar un día entero en el hospital con un suero que limpiaba su estómago de las pastillas y el alcohol, Luz decidió aferrarse al mundo, -como si fuera un bebé recién nacido que a través del llanto pide a gritos salir de su incubadora- y darle una nueva oportunidad a la vida. Es en ese instante, que una amiga cercana le informa la existencia de los Centros Comunitarios de Salud Mental en Lima que, gracias a sus precios accesibles, la motivaron a iniciar un tratamiento psicológico y psiquiátrico que le permitiera aprender a controlar sus pensamientos, sentimientos y emociones.
“Fueron tres veces las que intenté autolesionarme. Este año fue el peor de mi vida. Sabía que necesitaba ayuda, pero al mismo tiempo no contaba los medios”, me cuenta tambaleante.
Es así como inicia su tratamiento en el Centro Comunitario de Salud Mental “José Ramón Gurruchaga”, ubicado en el distrito de Villa María del Triunfo. Tras pasar por diferentes pruebas psicológicas y de asistencia social, fue derivada al área de psiquiatría donde al fin pudo revelar por primera vez el doloroso episodio de su niñez: “Fui abusada sexualmente por mi hermano de dieciséis mientras mamá y papá salían a trabajar”. Nunca se había atrevido tan siquiera a balbucearlo. ¿Fue por miedo? Le pregunté. “Al que nadie me crea”, me respondió tajantemente.
“Yo sí te creo”, le respondí. Si la gran mayoría de mujeres -con tristeza me incluyo en esta lista- hemos sido agredidas en algún momento de nuestra vida. Según la encuesta de Salud Demográfica de Salud Familiar (ENDES). El 65,9 % de las mujeres de 15 a 49 años de edad alguna vez en su vida sufre de algún tipo de violencia. Sufrir violencia de género y sobrevivir para contarlo, debe ir acompañado de un garantizado tratamiento a la salud mental. Que si bien es cierto no borra el daño, pero al menos te permite aprender a convivir con él y amortiguar el dolor.
Luz fue dada de alta de su centro comunitario cuando aún no se sentía lista para continuar con su vida. El trastorno amenazaba su estabilidad, pero en el centro decidieron suspender el seguimiento a su caso. Un lamentable suceso que no debió ocurrir, ya que estos centros deben garantizar la atención y tratamiento completo del diagnóstico del paciente. En la actualidad, los centros comunitarios siguen fortaleciendo su nivel de atención, a pesar de que el presupuesto destinado no sea el idóneo, asegura el Director Ejecutivo de Salud Mental Yuri Cutipé: “Tenemos una tarea enorme, Perú a nivel per cápita tiene uno de los más bajos en salud anual en Latinoamérica”. Sin embargo, agrega, desde su sector continúan los esfuerzos por mejorar los centros de atención de salud mental comunitaria.
“Perú en el 2012 modificó su Ley General de Salud para indicar la reforma de la atención de la salud mental. Seguimos la ruta y modelo de Brasil y Chile, migrando de un modelo de hospital psiquiátrico a un servicio de atención comunitaria en todo el territorio”. Sin embargo, esta ley se reglamentó en el ejecutivo en el 2014. Y recién a partir del 2015, el Ministerio de Salud obtuvo un programa de financiamiento de salud mental en el Perú. Con ese presupuesto se implementó 24 centros de salud mental, cinco hogares protegidos para personas con trastornos mentales severos y se fortalecieron unidades de hospitalización de salud mental en las regiones.
Los pacientes merecen una atención de calidad que no pueden esperar ni ir al ritmo de la burocracia del sistema de salud peruano. Luz, por ejemplo, tuvo que buscar una nueva alternativa para continuar con su tratamiento de TPA en medio de una pandemia que llegaba a nuestro país a generar caos e incertidumbre y que la obligaron a volver a casa junto a su agresor. Ese distanciamiento social obligatorio decretado por el Gobierno para impedir el avance del virus, la acercaban a tan solo unos pasos de su victimario.
Fue así que agotó las pocas opciones que le quedaban y que estaba a tan solo unos pasos de su facultad: El Centro de Salud Mental de San Marcos, inaugurado en el 2019, en un trabajo conjunto con la Dirección de Redes Integradas de Salud Lima Centro (DIRIS), que tiene como fin dar soporte emocional a los casi 40 000 estudiantes que alberga esta casa de estudios. Este centro ha estado abierto durante toda la pandemia. “Se ha mantenido funcionando, el acceso es gratuito, incluido los medicamentos”, afirma Cutipé.
Luz necesitaba valentía para convivir en el mismo perímetro de su agresor y gracias a la asistencia psicológica y psiquiátrica pudo al fin sentir que estaba en el camino correcto. Con nuevas piedras en el camino, como un nuevo diagnóstico de estrés postraumático y trastorno alimenticio, que, sin duda alguna, la ponían en un nuevo tablero de ajedrez con todas las piezas en contra. Sin embargo, ya sentía un avance en su tratamiento y el paso a una reconciliación consigo misma. El deseo de autolesionarse ya no era tan frecuente ni retumbante en sus oídos. Además, ya tenía el control de sus impulsos y emociones gracias a los consejos de su psiquiatra y psicóloga que la acompañaron en todo momento.
¿Y qué podemos esperar del futuro de la salud mental en el Perú luego de la pandemia? En la actualidad existen 206 centros de atención de salud mental comunitaria. Este último fin de semana, durante su presentación por el voto de confianza del Congreso, la premier Mirtha Vásquez prometió que al término del gobierno del presidente Pedro Castillo se implementarían 300 más al servicio de la población.
Por su parte Yuri Cutipé, señala que una de las metas del Ministerio de Salud es duplicar el presupuesto a este sector y mejorar la atención de salud mental: “Hace siete años, se invertía cincuenta céntimos per cápita y ahora cuatro dólares. Sin embargo, en el último informe de salud mental que ha publicado la OMS (2020) nos revela que el promedio de inversión en América es de siete dólares, seguimos por debajo del promedio. Lo cual nos marca la ruta para duplicar los servicios de salud mental y hogares protegidos”.
¿Panorama esperanzador? Claro que sí. La demanda por los servicios de salud se agudizará mucho más cuando acabe la pandemia y espero, al menos, que el sistema pueda hacerle frente y seguimiento a más casos de Luz, que merecen todo el soporte y contención del Estado en cumplimiento del derecho a la salud.
Luz hoy viaja a España a continuar con sus estudios en Comunicación Social en la Universidad de Málaga. Lejos de casa y de su hermano sabe que estará mejor y a salvo. Sabe que puede continuar y está lista para esta nueva etapa. Continuará con su tratamiento psicológico y psiquiátrico a larga distancia e iniciará un voluntariado que la motiva y la emociona cada vez que habla de esta próxima experiencia. Vuela y brilla alto, Luz. Aquí siempre te estaremos esperando.
Autor: Morelia Valenzuela Montoya