Fallos inesperados, licencias partidarias y las disculpas de un padre que se arrepiente de haber internado en política a su hija.
De la desazón al apuro, el camino de Keiko Fujimori a prisión empezó a escribirse el 10 de octubre pasado, con una detención que acabó temporalmente y que el miércoles 31 convirtió un día de fiesta en su peor pesadilla. La lideresa de Fuerza Popular terminó rodeada de policías, cruzada de brazos, observando con el rostro desencajado al juez Richard Concepción Carhuancho dejar la sala antes que ella.
Luego de la sentencia que el magistrado leyó durante casi ocho horas, Keiko y su esposo Mark Vito Villanella se abrazaron. Él estaba emocionado y ella parecía no entender lo que ocurría.
En las afueras del juzgado, en el Cercado de Lima, decenas de policías abrían paso al auto donde viajaría esposada. Eran casi las 6 de la tarde.
Minutos después, la cabeza de Fuerza Popular llegaba a Palacio de Justicia para cumplir los 36 meses de prisión en los que la fiscalía la investigará por presuntamente liderar una organización criminal que lavó 1 millón de dólares para su campaña presidencial del 2011.
Caía la noche y la luz de un helicóptero policial mientras dos pequeños bandos lanzaban arengas sin mayor eco. Giuliana Loza, abogada de Fujimori, recogía una casaca y una ropa de dormir para su clienta. Y así, el mes de octubre acabaría con Keiko tras las rejas.